Depresión posparto: ¿cuáles son sus causas y cómo hacerle frente?
/En entradas previas de este blog ya hemos hablado sobre los desafíos que nos podemos encontrar tanto durante el embarazo como durante el parto. En esta entrada queremos abordar las dificultades psicológicas específicas asociadas a los primeros meses tras el nacimiento de un bebé, momento en el que las cosas se nos pueden complicar un poco más debido a lo complejo de esta etapa y a todos los cambios que implica en nuestra vida. Ya hablamos de ello en una entrevista con Olga Ayuso para el podcast Las Perras de Pavlov.
Antes de ahondar en la “depresión posparto” debemos aclarar que cuando hablamos de depresión no estamos más que utilizando una palabra que nos sirve para resumir un conjunto de comportamientos como pueden ser la tristeza, la apatía o la falta de interés por las cosas, la irritabilidad, ganas de llorar, etc. Es decir, no estamos hablando de ninguna enfermedad entendida en el sentido médico del término, sino de un conjunto de comportamientos cuya razón de ser es precisamente la que tendremos que entender y la que intentaremos desgranar en este post.
Además, bajo el término “depresión posparto”, como vemos, se engloban aspectos muy diversos, es decir, cada mujer podrá experimentarlo de una manera diferente, no es posible generalizar. De hecho, si bien de lo que más se habla en esta etapa es la depresión posparto, también son frecuentes sentimientos de ansiedad o preocupaciones recurrentes en relación con la salud y seguridad del bebé o nuestra capacidad para criarlo. Por eso, siempre debemos huir de recetas simplistas y analizar, de manera global, qué es lo que está pasando en la vida de esta madre.
Como veíamos en entradas anteriores, los cambios que tienen lugar durante el embarazo, el parto y por supuesto el posparto son muy fuertes y, aunque a veces parecería que tenemos la obligación de experimentar estas etapas llenas de gozo e ilusión, la realidad es que muchas mujeres pasan por algunas fases más o menos largas o intensas de malestar o tristeza por motivos diversos (otras no, por supuesto). Así que lo primero que tenemos que saber es que atravesar estas fases o momentos es algo perfectamente normal y esperable, fruto de las circunstancias intensas y complejas que estamos enfrentando.
El problema surge cuando estos sentimientos o dificultades se prolongan en el tiempo, se vuelven muy intensos o nos impiden funcionar adecuadamente en nuestra vida, ya sea cuidando de nosotras mismas o cuidando adecuadamente de nuestros bebés. Precisamente el impacto que esto pueda tener en un bebé recién nacido que precisa de tantos cuidados añade un toque de dramatismo y gravedad a este tema.
¿Cuáles son las causas de la depresión posparto?
Cuando hablamos de dificultades psicológicas difícilmente vamos a encontrar una única causa, sino más bien un conjunto de factores que confluyen de una manera muy particular en esa persona concreta.
Tenemos una tendencia cultural a achacar los problemas psicológicos, y muy en concreto estos que comentamos aquí, a causas exclusivamente biológicas: parecería que las hormonas nos están haciendo una jugarreta y afectando a nuestro cerebro para que lo veamos todo nubloso. Y es cierto que tras el parto se produce una caída dramática de los niveles de estrógeno y progesterona que pueden afectar a nuestro estado de ánimo (una vez más, a cada mujer le afectará de una manera distinta). También caen algunas hormonas tiroideas que pueden provocarnos sensación de cansancio o de pereza.
Por supuesto, estos factores hormonales pueden tener un impacto en nuestro estado de ánimo, especialmente en un primer momento en el que son más intensos (cuando todavía no hablaríamos de “depresión posparto” sino de una tristeza posparto perfectamente normal). Pero solo son una pequeña parte de “la película”, de lo contrario todas las mujeres lo experimentarían de la misma manera y no es así. De hecho, los principales factores de riesgo tienen que ver con el contexto o la historia de vida de la persona y es importante que pongamos en ellos nuestro foco de atención. Por ejemplo:
Antecedentes de depresión, especialmente durante el embarazo: el mejor predictor de la conducta presente es la conducta pasada y, por lo tanto, si ya estábamos deprimidas o hemos pasado por otras fases de depresión, tendremos más papeletas para sentirnos de este modo también tras el parto. No obstante, una vez más, tendremos que seguir indagando para entender por qué “estábamos deprimidas” en primer lugar, ya que esto no explica nada, solo desplaza la pregunta en el tiempo.
Estresores: factores de estrés en la vida de la mujer, en especial que hayan tenido lugar durante los últimos meses anteriores al parto, también van a hacer más probable que la mujer viva esta etapa con dificultades. Por ejemplo, si ha habido complicaciones durante el embarazo, alguna enfermedad, si algún miembro de la familia ha perdido el empleo y un largo etcétera. En concreto, los problemas económicos son una fuente de estrés importante en esta etapa, en la que los gastos se incrementan de golpe.
Bebé con problemas de salud o necesidades especiales: tampoco resulta sorprendente que si el bebé ha nacido con dificultades la madre se preocupe y tenga más emociones negativas, y no solo esto sino que tendrá que hacer frente a un mayor nivel de estrés (acudir a más médicos, prestar más cuidados al bebé o atender a un bebé que experimenta más molestias y llora más o tiene más dificultades para dormir o alimentarse, etc.).
Parto múltiple: si hemos dado a luz a más de un bebé esto inevitablemente va a incrementar nuestro nivel de estrés y a dificultar nuestro descanso y gestión emocional.
Dificultades para amamantar: establecer y mantener la lactancia no siempre es fácil por motivos diversos y los desafíos que esto conlleva para aquellas mujeres que deciden dar el pecho a su bebé pueden constituir una importante fuente de malestar y preocupación.
Problemas de pareja: si los problemas afectivos en general tienen un impacto importante en nuestro estado de ánimo, cuando estos se producen en estos momentos tan críticos en los que estamos trayendo al mundo a una nueva vida que nos demanda tantos recursos nos podemos imaginar cuándo puede afectar esto a nuestro estado de ánimo. Pero la relación es circular: precisamente las complejidades de esta etapa suponen una mayor dificultad para mantener la satisfacción en las relaciones de pareja. De hecho, el primer año tras el nacimiento de un hijo es el momento en el que hay mayor tasa de divorcios. Justo en el momento en el que la mujer necesita más apoyo, enfrentarse a conflictos de pareja o a una ruptura de la misma puede resultar particularmente doloroso y difícil de encajar.
Falta de apoyo social: en relación a la crianza es frecuente escuchar hablar sobre la necesidad de “criar en tribu”. En nuestra sociedad se ha vuelto muy común criar en burbujas unifamiliares o incluso en soledad. Sin embargo, cuidar de un bebé que demanda atención y muchos cuidados noche y día es algo tremendamente costoso, física y emocionalmente agotador. Por ello, es normal que la mujer necesite el apoyo de su pareja o de familiares y amigos para poder cuidar de su bebé y también para poder tener momentos de desconexión y descanso. Cuando estas redes de apoyo fallan, la salud mental de la mujer lógicamente se resiente.
Embarazo no deseado: corremos el riesgo de pensar que todos los embarazos y crianzas son iguales. Sin embargo, hay muchas circunstancias que pueden influir en cómo vivimos este proceso. Difícilmente vivirá igual la crianza una mujer que ha estado buscando activamente el embarazo que otra mujer que se ha quedado embarazada por sorpresa y en un contexto no propicio para ello. O una mujer con un embarazo logrado fácilmente frente a otra que ha pasado por varios abortos o que se ha sometido a un proceso de fecundación. Entender qué significa ese bebé para esa mujer, por supuesto sin juzgar, es importantísimo para poder comprender cómo se siente al respecto y para poderla ayudar.
Dificultades en el parto: por supuesto, haber experimentado dificultades durante el parto o haber sido objeto de conductas de violencia obstétrica por parte del personal que lo ha asistido también suponen factores de riesgo para la “depresión posparto”, así como la necesidad de recuperarse de un proceso más o menos largo o doloroso (p. ej., cesáreas, desgarramientos, etc.). Sobre las claves en relación al parto respetado ya hablamos en esta otra entrada del blog.
Esperamos que con este repaso haya quedado claro que los factores hormonales pueden ser un precipitante, pero desde luego no explican la inmensa mayoría de factores que confluyen para generar dificultades psicológicas en las madres recientes. Por eso, tenemos que sacar el foco de la mujer y mirar a su historia y sobre todo al entorno que la rodea para poder comprender cómo le está afectando la crianza.
Causas estructurales y sociales
Pero no es suficiente con mirar la vida y circunstancias de esa mujer en particular. Debemos tener una mirada crítica hacia la sociedad en la que vivimos y la manera en que se entiende y se vive la crianza. Por ejemplo:
Idealización de la maternidad: existe una fuerte tendencia a idealizar la maternidad, como si fuera lo más bonito a lo que una mujer pudiera aspirar y fuera a ser todo un camino de rosas. De este modo, a veces se edulcora y no solo eso, sino que se transmite la idea de que hay “una forma correcta” de llevar a cabo y de vivir esta etapa. Aquellas mujeres que se salen de este canon o que no lo experimentan tan “de color rosa” pueden sentir sentimientos de culpa, de no estar siendo buenas madres, de no querer suficientemente a sus bebés, etc. que también van a influir en su estado de ánimo.
Pérdida de identidad: fruto de lo anterior, algunas mujeres pueden tener una sensación de “pérdida de identidad”. Antes eran profesionales, amigas, deportistas… ahora solo son madres y dedican una gran cantidad de su tiempo, si no todo, a esta única labor. O incluso aunque consigan conciliar y compaginar varias, parece que socialmente solo se las valora por su rol como madres mientras que se devalúan otras facetas de su vida. Con lo cual, aquellos pilares en los que se basaba nuestra autoestima y nuestra identidad parecen tambalearse o incluso podemos sentir cierto resentimiento por no poder acceder a aquellas cosas que hasta ahora eran tan importantes para nosotras.
Desigualdad de género: nos gusta pensar que hemos avanzado mucho en materia de igualdad, y así es, pero los análisis sociales muestran que aún queda mucho camino por recorrer, en particular en lo que a conciliación se refiere. Aunque los hombres cada vez se involucran más en la crianza de sus hijos, sigue habiendo una desigualdad muy importante en la carga de cuidados. Las mujeres tienden a prolongar sus bajas de maternidad más que los hombres y a encargarse de más tareas de cuidado después de su jornada laboral, lo cual repercute en la brecha laboral y salarial que todavía existe. Además, el entorno (familiares, amigos…) de manera directa o indirecta es más probable que exija o incluso culpabilice en mayor medida a la madre que al padre en cualquier aspecto relacionado con la crianza (p. ej., alimentación, vestimenta…). Ello, sumado a cuestiones biológicas relacionadas con la recuperación del parto o el esfuerzo que implica la lactancia, influye en que en esta etapa la salud mental de las mujeres se resienta en mayor medida que la de sus compañeros en particular de género masculino.
Sociedad individualista e “infoxicada”: Ya veíamos las consecuencias de la pérdida de apoyo social que implica vivir en una sociedad más individualista en la cual, además, las mujeres se enfrentan a multitud de informaciones contradictorias en relación con la crianza y a todo tipo de consejos y opiniones no solicitadas y muy polarizadas que hacen que el estándar a cumplir para ser una “buena madre” cada vez resulte más estresante, inalcanzable y agotador.
Falta de apoyo a la lactancia: Por si todo lo anterior fuera poco, aquellas mujeres que deciden amamantar a sus bebés, especialmente si lo hacen más allá de los primeros meses, se enfrentan a dificultades adicionales, primero por la falta de cultura de lactancia que existe y la desinformación que ello supone, que afortunadamente se va corrigiendo, y segundo por el estigma asociado a amamantar en público, que hace que muchas mujeres lo vivan con mayor estrés o vergüenza. Las mujeres que optan por amamantar también pueden tener dificultades, al sentirse juzgadas por haber tomado esta decisión. Una vez más: consejos y opiniones no solicitados en lugar de apoyar y cuidar.
¿Qué podemos hacer?
Como sociedad, y como familiares, amigos, compañeros… de mujeres que puedan estar pasando por esto, podemos tomar algunas medidas como las siguientes:
Hablar de nuestras experiencias de maternidad reales, sin distorsionarlas ni negativamente (contando “historias de terror” o enumerando todas nuestras angustias) ni positivamente (mostrar solo lo que es fácil o lo que hacemos bien, como si fuera un “camino de rosas”).
Normalizar el malestar (dolor, cansancio…) de las primeras semanas (y meses) tras el parto
Recordar que cada experiencia es única. Evitar hacer comparaciones.
Prestar apoyo: este quizás es el punto más importante. Cuando ponemos las causas de la depresión posparto “dentro” de la mujer (p. ej., factores biológicos), nos lavamos las manos y ponemos en ella el foco. Pero estamos viendo que cómo se sienta la mujer dependerá en gran medida de sus circunstancias y su entorno, es decir, de nosotros. Por tanto, en lugar de juzgar o culpabilizar, nuestro papel debe ser el de apoyar, corresponsabilizarnos si somos la pareja, aliviar la carga, facilitar el descanso y la desconexión…
Si somos nosotras quienes estamos experimentando depresión posparto o en general cualquier malestar que se prolongue en el tiempo, nos genere mucho sufrimiento o nos dificulte hacer frente a nuestro día a día, lo más recomendable es pedir más apoyo a nuestro entorno y solicitar ayuda profesional.
En general, en esta etapa nos va a tocar practicar mucha asertividad, ya sea para pedir la ayuda o corresponsabilidad que necesitamos de nuestro entorno como para frenar comentarios indeseados que no nos ayudan y solo nos generan culpa o ansiedad.
Bajar nuestras exigencias (p. ej., en el cuidado de la casa, en nuestros ideales de maternidad…) y darnos permiso para descansar más también puede ser la clave, ya que la falta de sueño dificulta mucho la regulación emocional. En concreto, conviene aprovechar todo lo posible para ello cada vez que el bebé esté durmiendo en lugar de complicarnos la vida con tareas que podemos aplazar o delegar.
También nos puede ayudar mantener buenos hábitos (p. ej., seguir comiendo bien, mantener una rutina de higiene para estar a gusto con nosotras mismas, realizar alguna actividad física…) pero sin rigidez ni gran autoexigencia: necesitamos descansar más, estamos más liadas y difícilmente podremos alcanzar los estándares previos a tener una vida más complicada.
Conforme el bebé nos lo vaya permitiendo y contando con la ayuda de nuestro entorno, es importante intentar recuperar tiempo para ser “más que madre”: recuperar algún antiguo hobbie o actividad que disfrutáramos y volver a conectar con lo que antes nos motivaba.
Y por supuesto, conviene recordar que por muy demandante y dura que pueda llegar a ser esta etapa, pasará. El bebé crecerá, le iremos conociendo más, nos iremos adaptando y poco a poco irá siendo un poco más fácil.
No podemos terminar esta entrada sin insistir una vez más en lo mismo: al igual que otros problemas psicológicos, la depresión posparto NO es un problema individual de la mujer que lo sufre. Es un problema contextual, fruto de muchos factores y de cómo es el entorno familiar y social de la madre. Desde luego, lo que no es en ningún caso es fruto de las debilidades de carácter de quien lo sufre, sino resultado de un cúmulo de factores que debemos atajar: “debemos” en plural, como familia, como grupo, como sociedad, en ningún caso responsabilizando a la mujer de sus problemas y dejando que se las apañe ella sola.
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).