¿Cómo podemos apoyar a nuestros seres queridos que se enfrentan a un duelo complicado?
/Hemos insistido en entradas anteriores de este blog en que la situación actual que estamos viviendo con el COVID-19 es difícil y supone un desafío importante desde un punto de vista psicológico.
Uno de los aspectos más delicados y dolorosos de esta situación, sin duda, es el afrontar el fallecimiento de nuestros seres queridos, que si ya de por sí sería duro en condiciones normales, actualmente es muchísimo más doloroso y difícil. Esto responde a múltiples factores, pero entre los más salientes encontramos el hecho de que muchas personas están falleciendo sin poder estar acompañadas por sus familiares ni despedirse de ellos debido a la necesidad de aislamiento en entornos hospitalarios o, a veces, en residencias o en su domicilio debido a la escasez de recursos sanitarios durante los últimos días. La imposibilidad de realizar un entierro o funeral al uso que nos permita despedirnos así como expresar y recibir apoyo de nuestros seres queridos también puede ser muy dolorosa, así como el hecho de tener que vivir toda esta situación en solitario o en la distancia con respecto a otros miembros de la familia.
En otra entrada de este blog proporcionamos algunas pautas que pueden ser de utilidad para afrontar estas situaciones de duelo, si bien no contemplábamos una situación tan extraordinaria y compleja como la que estamos viviendo. En esta ocasión nuestro objetivo es otro: ayudarte a saber cómo reaccionar de la mejor manera posible para apoyar a personas de tu entorno que desgraciadamente estén sufriendo esta situación.
En situaciones como estas muchas veces no sabemos qué decir, qué hacer, cómo reaccionar… Esto hace que a veces simplemente “desaparezcamos” o evitemos el contacto con estas personas por miedo a pasarlo mal nosotros también o a decir algo que empeore la situación. Otras veces nos lanzamos con convencimiento a decir una serie de frases hechas o a dar consejos que nos pueden parecer evidentes pero que en realidad no ayudan y que caen como un jarro de agua fría sobre la persona a la que intentamos ayudar. Por eso, os damos algunas orientaciones que os puedan ser útiles para contribuir a que este momento sea menos doloroso y desagradable de lo inevitable.
Es normal no saber qué decir, y no pasa nada. Estamos acostumbrados a desenvolvernos en situaciones que controlamos medianamente bien, y de pronto algo así interrumpe nuestra vida y nos quedamos en blanco. La necesidad de “rellenar el hueco”, de decir algo “útil”… muchas veces juega en nuestra contra y nos lleva a decir “perogrulladas”, frases hechas, consejos que resultan molestos, dar opiniones no solicitadas… Si la persona no nos está pidiendo consejo u opinión, lo mejor quizás es guardárnoslos y reconocer abiertamente: “No sé qué decirte”, “Me encantaría saber qué hacer o qué decir para ayudarte mejor”, “No tengo palabras”. O simplemente un sentido “Lo siento en el alma” o “Te acompaño en el sentimiento”.
No tengas miedo a los silencios. Precisamente al no saber qué decir es normal que se produzcan silencios. A veces les tenemos miedo, como si nos desnudasen o pusieran nuestra ignorancia al descubierto, pero ya hemos visto que es normal no saber qué decir y no hay por qué ocultarlo. A veces los silencios son lo que hace falta, un silencio “compañero” en el que simplemente estamos con la otra persona, acompañamos su llanto, su miedo, y ofrecemos nuestra compañía y nuestro afecto. Unas lágrimas compartidas (pero ojo, sin convertirnos nosotros en protagonistas y que acaben teniendo que consolarnos). Como dice nuestra compañera Almudena, no tengamos miedo de “habitar la incomodidad”, el dolor, la tristeza… Es verdad que esto resulta mucho más difícil por Internet, algo inevitable en la situación actual. Pero lo que no podamos expresar con gestos hagámoslo con palabras: “Me gustaría estar a tu lado abrazándote”, “Ojalá pudiera estar simplemente sentada a tu lado”, “Aunque esté callado sigo aquí contigo acompañándote”, “Llora lo que necesites, yo estoy aquí contigo”.
Haz una escucha de calidad. En esta otra entrada explicábamos las características que tiene una buena escucha. Recordemos sobre todo que no se trata de hablar cada uno de lo nuestro, sino de respetar el momento en el que se encuentra la otra persona y de no desviar la atención hacia nosotros y nuestros problemas ni dar nuestro parecer sobre todo lo que nos cuente. Hagamos una escucha activa que permita a la persona sentirse verdaderamente acompañada. Y en esta escucha recordemos que no hay emociones erróneas: es normal que en estas circunstancias se experimente rabia, culpa, miedo, enfado, frustración, desesperación, tristeza… No castigues estas emociones, permite que la otra persona las exprese libremente y sé empático. En la medida de lo posible, intenta acabar en una nota algo menos negativa o más reconfortante.
Pregunta qué necesita y ofrece ayuda práctica. En vez de lanzarnos a decirle a la otra persona lo que tiene que hacer o a intentar ayudar como “buenamente se nos ocurre”, lo mejor siempre es preguntar explícitamente: “¿Qué necesitas?”, “¿Te puedo ayudar en algo?”, “¿Podría hacer algo para hacértelo más llevadero?”. A veces la otra persona no sabrá qué respondernos, tal vez no necesite nada o tal vez esté tan aturdida que ni siquiera sepa lo que necesita. Por eso, es bueno que volvamos a preguntar en sucesivas ocasiones (sin ser pesados). Si la otra persona no nos hace ninguna petición, podemos probar a preguntar cosas concretas: “¿Necesitas que te ayude a hacer la compra?”, “¿Tienes todas las medicinas que necesitas?”, “¿Quieres que te llame por teléfono esta noche antes de dormir para ver qué tal sigues?”, “¿Te gustaría que veamos una película juntos aunque sea en la distancia?”, “¿Necesitas ayuda con algún trámite o papeleo?”, “¿Quieres que me encargue de avisar a algunos familiares o amigos?”… Dedica unos minutos a pensar qué necesidades puede tener la otra persona. Pero insistimos: preguntar no es imponer ni dar consejos o ayuda no solicitada. Si nos dice que no necesita nuestra ayuda en este momento, aceptémoslo. No se trata de nuestra necesidad de ayudar sino de la necesidad del otro.
Respeta la necesidad de soledad… sin desentenderte: El duelo es un proceso, no se vive siempre igual sino que cada persona, cada circunstancia, es única, y a lo largo del tiempo podemos pasar por distintas emociones, reacciones, preocupaciones, pensamientos, decisiones… Seamos flexibles y adaptémonos a lo que se nos pide en cada momento. Parte de este proceso puede ser la necesidad de tomar cierta distancia. Puede haber días en que la persona prefiera no tener contacto con nadie, asimilarlo a su manera, llorar en soledad… Respetémoslo siempre insistiendo en que estamos ahí si somos necesarios. Pero que esta no sea la excusa para desentendernos. A la persona puede resultarle difícil volver a pedir ayuda (aunque sea una simple llamada telefónica) si lo necesita, o simplemente puede no saber expresarnos sus necesidades. Por eso, no olvidemos mandar aunque sea un mensaje de vez en cuándo: “Te recuerdo que estoy aquí si quieres que hablemos”, “Avísame si en algún momento te apetece charlar de lo que sea”.
Ayúdale a distraerse: Una vez hemos insistido en el punto anterior, es verdad que puede llegar un momento en el que la persona no necesite soledad, sin embargo está sola o con mucho tiempo disponible para pensar y echar de menos, en un contexto de confinamiento en el que nuestras actividades están muy limitadas. En estas situaciones puede costar más de lo habitual romper la inercia y la pasividad y es un caldo de cultivo perfecto para deprimirnos. Si este es el caso y la persona está receptiva, ayúdala a encontrar actividades con las que pueda entretenerse. Vídeos, películas, series, libros, videollamadas a amigos y familiares, ejercicio físico en casa, hobbies… Intenta recordarle con qué cosas solía entretenerse anteriormente. Acompáñala (aunque sea virtualmente) en algunas de estas actividades o propón a otras personas que lo hagan.
Huye del protagonismo: Recuerda en todo momento que el objetivo es ayudar a la otra persona a estar mejor. Esto a veces pasa por hacer algo por ayudarla, pero muchas otras veces implica simplemente por mantenernos al margen y no estorbar. Respetar tiempos, espacios y saber cuál es nuestro lugar y el tipo de relación que tenemos. A veces la mejor forma de ayudar consiste justamente en hacer bastante poco. Así que cuidado con ser demasiado insistentes o agobiantes o esforzarnos demasiado en demostrar que estamos ayudando o con desplazar el foco de atención constantemente hacia nuestras emociones, necesidades, experiencias u opiniones. Y cuidado, por supuesto, en adoptar un rol de “víctimas” porque no se nos reconoce o agradece nuestra ayuda o nuestro interés.
Repetimos: evita frases hechas o consejos no solicitados: A veces decimos cosas porque las hemos oído o porque en la distancia nos parece que ayudan, cuando no es así. Decimos cosas como “Sé cómo te sientes”, “La vida sigue”, “Yo no podría soportarlo”, “Dios lo ha querido así”, “Está mejor en la otra vida”, “Ya era muy mayor”, “Al menos ahora podrás descansar”, “Realmente tampoco pasa nada porque no haya un entierro”, “No tienes que sentirte culpable”, “Sé fuerte”, “Hay peores formas de morir”, “Pues a mí pasó que…”. A lo mejor a nosotros mismos nos generan calma, pero para la otra persona pueden resultar dolorosas y molestas. Insistimos en todo lo anterior: si no sabes qué decir, es mejor el silencio. En vez de afirmar o aconsejar, pregunta, escucha y respeta.
Cuídate a ti mismo y dosifica la ayuda que ofreces: La verdad es que todos estamos experimentando un duelo, sea de forma más directa o indirecta, y unas circunstancias complicadas que a todos nos tocan de una manera o de otra (en lo personal, lo económico, lo laboral, lo social…). Además, nosotros mismos podemos estar sufriendo fallecimientos o ingresos hospitalarios de otros seres queridos o estar preocupados por nuestra propia salud. Es importante reconocer esto y cuidarnos a nosotros mismos. No entremos en un ejercicio inútil de comparación: “¿Cómo voy a sentirme mal si hay otras personas pasándolo peor?”. Cada uno tenemos derecho a nuestras emociones, son legítimas, válidas y normales. Intentar suprimirlas o castigarlas es la mejor forma de incrementarlas y empeorar la situación. Es mucho más productivo respetar ciertos tiempos para tomar distancia y hacer aquello que necesitemos para sentirnos mejor (p. ej., descansando o realizando actividades gratificantes o sociales), no volcar completamente nuestras energías y nuestro tiempo en preocuparnos por otros, ya que esto nos agotará. En este sentido, es especialmente importante asegurarnos de compartir las labores de cuidado (las obvias pero también las más sutiles) con todas las personas implicadas, haciendo un ejercicio de asertividad si es necesario. Cuidar de nosotros mismos no nos convierte en egoístas sino en personas responsables y con mayor capacidad para ayudar más y mejor cuando sea necesario.
El tiempo no lo cura todo, pero ayuda: Pueden pasar semanas o meses, también tenemos que ir viendo cómo evoluciona la situación actual (sus consecuencias sanitarias, económicas, el fin del confinamiento, etc.). Pero lo esperable es que poco a poco, aunque el dolor y el recuerdo sigan presentes, se vaya retomando la actividad y “cierta normalidad” (aunque sea diferente por mil motivos). A veces habrá que establecer nuevas rutinas al faltar la persona que queríamos o nos costará retomar ciertas actividades de ocio o relaciones sociales. Todo esto es normal, pero estemos atentos a que nuestro ser querido, poco a poco, a su ritmo, vaya realizando esa transición y que no se quede estancado en una fase de dolor y aislamiento. Si nos preocupa cómo evolucionan los acontecimientos, no tengamos miedo de buscar un buen momento para plantearle nuestra preocupación e interesarnos por sus vivencias, sentimientos, temores, recuerdos… Y si lo estimamos oportuno, recomendémosle contar con un profesional que sepa cómo ayudarle a hacer esta difícil transición.
Evidentemente, esto no son más que sugerencias que cada uno tendrá que adaptar a sus circunstancias particulares, la relación que tiene con la persona a la que quiere ayudar y un largo etcétera. No existen recetas, solo algunas claves que nos pueden ayudar a llevarlo y gestionarlo algo mejor, aunque no deje de ser por ello una experiencia triste y dolorosa.
Esperamos que estas pautas te sean útiles para intentar ayudar de la mejor manera posible a tus seres queridos en esta situación cuidándote también a ti mismo por el camino. Insistimos en que las situaciones que estamos viviendo son extremas y muy delicadas, es normal que experimentemos culpa, miedo, rabia y muchas otras emociones y que no sepamos cómo reaccionar, pues esto es nuevo para todos. Algunas personas, como por ejemplo los profesionales sanitarios que están viviendo esta situación en primera línea, es probable que se vean especialmente afectadas por todo ello tanto a corto como a medio y a largo plazo. Por eso, si la situación te desborda o se te hace demasiado dolorosa, recuerda que hay psicólogos que pueden seguir ayudándonos vía online para sobrellevarla lo mejor posible.
Irene Fernández Pinto
Psicóloga con autorización sanitaria colegiada con número M-22996. Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA) y máster en Metodología de las Ciencias del Comportamiento y de la Salud (UAM-UNED).